Mª Ángeles Durán: “El techo de cristal en ciencia se ha movido, pero no se ha roto”

La socióloga del CSIC M. Ángeles Durán, en 'Protagonistas de la ciencia'
 
La socióloga del CSIC M. Ángeles Durán, Doctora Vinculada Ad Honorem al Instituto de Economía, Geografía y Demografía (CCHS-CSIC) en 'Protagonistas de la ciencia'.
 
CULTURA CIENTÍFICA. 20/02/2015
 
A sus 72 años, María Ángeles Durán sigue yendo cada día a su despacho en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. Tras más de cuatro décadas dedicadas a la investigación, asegura que su profesión le ha compensado con creces. “La prueba es que ya me he jubilado, no tengo salario y sigo trabajando casi igual que antes. Mientras pueda, seguiré haciendo investigación comprometida”, dice. Durán fue la primera mujer que obtuvo en España una cátedra de Sociología. Corría el año 1982. Desde entonces buena parte de su extenso currículum se ha centrado en analizar el valor del trabajo no remunerado en las economías desarrolladas, y en estudiar hasta qué punto nuestro nivel de bienestar se sostendría sin estas aportaciones, a menudo invisibles y realizadas por mujeres. Desde el principio le interesó investigar para transformar la sociedad, pero recuerda lo difícil que era entonces referirse a cuestiones de género, un tema considerado de segunda fila. Aunque admite avances en este ámbito, rápidamente subraya que aún queda mucho por hacer.
 
¿Qué debemos entender por trabajo no remunerado?
 
Primero habría que definir qué es trabajo y eso es realmente complicado. El único trabajo fácil de delimitar es el asalariado a tiempo completo. A partir de ahí hay un amplio abanico con diferentes grados de obligatoriedad, remuneración fija o no, temporalidad... El no remunerado es difícil de precisar porque no hay investigación sobre ello. Alrededor del 90% de la población mayor de 15 años ha hecho trabajo no remunerado. Hay tres grandes tipos: el forzoso (el que hacen prisioneros o esclavos), el trabajo de voluntariado para personas con las que no se tiene ninguna relación personal, y el que se hace para familiares o para uno mismo, sin que haya intercambio directo de dinero. Pero la división es complicada. Por ejemplo, cuando se está cocinando o limpiando una casa, ¿cómo se distingue lo que se hace para uno mismo de lo que se hace para el resto? Muchas veces se mezclan. Con la definición más restringida, según el INE en España hay casi un tercio más de trabajo no remunerado que de remunerado.
 
En 2011 se estimó, a partir de una de tus investigaciones, que este trabajo suponía en torno al 53% del PIB español. Sin embargo, a menudo te has referido a la invisibilización que sufre esta actividad. ¿Qué implicaciones tiene esto?
 
Su importancia política y social se debe a que se distribuye de modo irregular. Si ambos trabajos, el remunerado y el no remunerado, se distribuyeran de la misma manera, el asunto no tendría trascendencia, pero su distribución es muy diferente. No se puede comprender qué es la economía española o mundial si no se considera una parte tan importante de la producción de bienes y servicios. Por eso me he dedicado a analizar ese sector invisible de la economía y de la sociedad. Por otro lado, como ciudadana me interesa porque es algo injusto y porque las políticas públicas no pueden ser eficaces si se desconoce esa parte de los recursos colectivos. En España, según mis investigaciones sobre las horas anuales dedicadas al cuidado de la salud, solo el 12% las proporciona el conjunto del sistema sanitario público y privado. Y la tendencia va a más, porque en la población joven priman enfermedades agudas que son tratadas por el sistema sanitario, pero en la población envejecida priman las degenerativas, y ahí el sistema sanitario no puede hacer gran cosa. Son enfermedades de larga duración que consumen muchísimas horas de autocuidado y de cuidado por otras personas.
 
Este tema nos lleva a la cuestión de género. Hablamos de una actividad claramente más desempeñada por mujeres.
 
Sí, uno de los elementos que hace que sea muy desigual la distribución del trabajo no remunerado es que es desigual por género. La encuesta de dependencia y la del uso del tiempo reflejan que las mujeres asumen alrededor del 80% del trabajo de cuidado de salud no remunerado, así que es imposible que estén compitiendo en igualdad de condiciones en el mercado laboral, en el político, en el de ocio, o en cualquier otro.
 
Y entre las mujeres también habrá grandes diferencias en función de su posición socioeconómica…
 
Esa distribución desigual entre hombres y mujeres dentro de cada país se ha internacionalizado. Hay cadenas internacionales de cuidado, que son formas específicas de migraciones, en las que mujeres que proceden de países de renta baja van a sustituir a personas de las clases medias en los países de rentas altas. Primero lo vimos en Inglaterra y EEUU y luego, cuando nosotros adquirimos unas rentas más altas, se hicieron más baratos los viajes internacionales y las mujeres empezaron a incorporarse al mercado de trabajo, se reprodujo aquí el mismo fenómeno. Estas corrientes a veces dejan huecos en los países de procedencia. En algunas comarcas de Latinoamérica con mucha emigración, las abuelas han cambiado su papel económico y social, se han hecho cargo de los nietos y administran las remesas.
 
¿No es un poco contradictorio? La modernización de nuestra sociedad ha estado marcada por una mayor igualdad entre el hombre y la mujer y la incorporación masiva de esta al mercado laboral, pero paralelamente mujeres procedentes de otros países están asumiendo roles que aquí se han tratado de superar.
 
Yo lo veo como algo positivo, porque esas mujeres encuentran aquí una oportunidad que en sus países no encontraban.
 
Pero muchas viven en situación muy precaria…
 
Eso es cierto, pero estarían aún peor en su país. No es que vengan obligadas, vienen a mejorar.
 
¿Y siempre lo consiguen?
 
Depende de biografías personales. En principio quien se mueve es porque quiere buscar más oportunidades de las que le ofrece su comunidad. Yo hago una lectura positiva.
 
¿Cómo explicarías al ciudadano de a pie la importancia que tiene todo ese trabajo no remunerado en la producción de bienestar y riqueza en nuestro país?
 
Le diría que se olvide de la idea que tiene de lo que es la economía, que es la que nos transmiten los medios y es errónea. La verdadera economía es la ciencia que estudia la producción, distribución y acumulación de bienes escasos susceptibles de uso alternativo. Hay dos tipos de recursos que estamos descuidando. Por un lado, los medioambientales: tenemos recursos escasos de agua, bosques, naturaleza… Creemos que son gratuitos y que no hay que incluirlos en pérdidas y en ganancias, y eso es una barbaridad. Y por otro, los recursos del trabajo y las vidas humanas, que tampoco incluimos. Eso es otra barbaridad. Si nace un cordero, aumenta la renta per cápita; si nace un niño, disminuye. Dedicamos tiempo a dar clase a nuestro hijo en casa y eso no aumenta el capital educativo ni entra en las estadísticas, pero si le ponemos un profesor sí aumenta la renta per cápita. No tiene sentido. Si no existiera ese trabajo gratuito, para producir el mismo nivel de cuidado estaríamos pagando hasta el 70 u 80% en IRPF u otros impuestos. Pero producimos el doble de lo que creemos. Lo que ocurre es que no pasa por el mercado y tiene otras reglas de intercambio, distribución y acumulación. Caminamos por la parte descubierta del iceberg, sin ver todo lo que lo sostiene.
 
¿Y en el caso de España ese iceberg es mayor que en otros países?
 
Sí. Hay economías de balsa, en las que casi todo se ve, y economías iceberg. Y no me estoy refiriendo a lo oculto en el sentido de escondido fiscalmente porque eso se incluye dentro de la economía convencional, sino a lo oculto porque son recursos no contabilizados. España es similar a Italia pero muy distinta de los países nórdicos.
 
¿Ese iceberg es aquí más grande porque nuestro estado de bienestar se basa mucho en el papel de la familia?
 
Sí, mucho más. Pero si nos comparamos con muchos países africanos, España parecerá una balsa. Cuando se dice que allí viven con un euro al día, en realidad es que no viven con euros, sino con lo que intercambian: yo produzco, tú consumes; yo te doy, tú me das. Las comparaciones internacionales entre países de estructura productiva muy distinta tienen a veces poco sentido.
 
¿Qué dirías respecto a los efectos de la crisis? ¿Está ganando terreno ese trabajo no remunerado?
 
Es imposible no ver que se han hecho grandes recortes en todo tipo de servicios públicos, para población escolar, para población enferma, para integración de inmigrantes... Es lógico. El Estado está reduciendo y reduciendo presupuesto, así que no basta con gestionar mejor y evitar la corrupción, porque sigue habiendo déficit de recursos públicos. Además ha disminuido la renta, las familias no pueden ir a cenar por ahí o mandar a los hijos a un profesor particular, tienen que resolver la situación con recursos no monetarios y eso significa más trabajo. 
 
¿Habría que remunerar este trabajo? ¿Cómo se podría cuantificar?
 
Cuantificarlo supone un esfuerzo técnico, por ejemplo hacer una encuesta similar a la EPA, y ponerse de acuerdo sobre cómo lo definimos. Pero lo difícil no es resolver la cuestión técnica, la verdadera dificultad aparece en el momento de adscribirle valor. Si se quiere integrar los parámetros monetarios con los no monetarizados, resulta muy difícil encontrar una unidad de cuenta común. En la economía monetarizada existe una unidad de cuenta muy fácil que es el tiempo de trabajo, aunque hay mucha tecnología y mucho capital que no se puede equiparar a tiempo. En el trabajo no monetarizado se utilizan menos tecnología y capital; sí puede medirse en tiempo, pero no en producción. Así que solamente se conoce bastante bien el valor del trabajo remunerado y asalariado (no el sumergido ni el que es por cuenta propia). Ponerle un valor al trabajo no remunerado es un asunto sobre todo político. ¿Quién decide cuánto vale? Hay unas recomendaciones de la ONU, en mi opinión desacertadas, que ponen al trabajo no remunerado que se realiza en casa el mismo precio que al realizado por un trabajador asalariado doméstico no especializado, un empleado de hogar del nivel más bajo. Pero no tienen en cuenta el coste de oportunidad...
 
¿Qué significa eso?
 
Es fácil incluir los tiempos de prestación activa de servicios, por ejemplo cuando se cocina o plancha. Pero si quien lo hace no se puede mover porque el niño está dormido o su padre está enfermo, ¿cómo se valora eso? La asignación de un valor cuando no hay mercado es siempre arriesgada, hay que crear consenso en el modo de hacerlo. Yo me baso también en un argumento legal. Cuando hay un divorcio, el patrimonio que han acumulado marido y mujer se reparte por mitades, independientemente de que él sea cirujano y ella ama de casa (o al revés, pero esta situación es poco frecuente). Naciones Unidas es una referencia ineludible en las políticas de igualdad, pero en la cuestión concreta de asignación de valor al trabajo no remunerado resulta decepcionante para los movimientos de mujeres. Para todas las mujeres que tienen una cualificación profesional superior a la de empleadas de hogar -en España, la gran  mayoría-, ese criterio supone una devaluación.
 
¿El ideal sería avanzar hacia un modelo en el que sí se pudiera cuantificar y remunerar este trabajo?
 
Sin ninguna duda. Si este trabajo se repartiera homogéneamente no tendría ningún interés social ni conceptual, simplemente habría que añadir a las cifras un porcentaje, es decir, el balón de la producción sería un poco más grande. El problema es que ese balón tiene picachos y grandes grietas, y dependiendo del lugar que se ocupe en el sistema productivo, no te sentirás bien analizado. Además, es muy dinámico. Antes y después de la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo se están produciendo trasvases, y eso hay que tenerlo en cuenta a la hora de diseñar políticas públicas. Una política educativa en la que los niños tienen que seguir estudiando en casa y que no tiene en cuenta quién va a estar monitorizándoles, no está bien diseñada. No puedes olvidarte de quién tiene que poner el tiempo restante para que esa política pueda llevarse a cabo. Y si diseñas políticas sanitarias o destinadas a la vejez, lo mismo: ¿quién pone el tiempo? Cualquier política en la que haya intersecciones, poros e intercambios…
 
Es decir, todas…
 
Efectivamente, todas. Hay que tener en cuenta los recursos para que esa política sea eficaz, tanto los monetarizados como los no monetarizados. Mi interés es inicialmente conceptual: estamos haciendo muy mala investigación económica cuando solo pensamos en los recursos monetarizados. Hay que hacer una innovación de gran calibre. Y luego están las consecuencias sociales y políticas. Como ciudadana tengo interés en que se sepa cuáles son las consecuencias de que se haga esa mala investigación económica, cómo perjudica a grandes sectores de la población y beneficia a otros.
 
Tras una larga carrera investigadora, ¿qué lugar ocupa para ti la divulgación, qué importancia tiene trasladar el conocimiento científico a la sociedad?
 
Cuando oposité a cátedra, no me interesaba una Sociología libre de valores, sino comprometida, una investigación para mejorar la sociedad. Pero es un equilibrio complicado. Si te pasas en un sentido, no haces investigación y te conviertes en una activista nada más; si te quedas en tu torre de marfil, no llegas y no tienes capacidad transformadora. Para mí la divulgación tiene un extraordinario valor, pero estoy acostumbrada a oír hablar a los miembros de tribunales muy despectivamente de esta actividad. Por otro lado, ahora es fácil hacer investigación y referirse a temas de mujeres, pero antes lo despreciaban como si fuese un tema de segunda fila.
 
¿Ha cambiado mucho esa línea de pensamiento sobre los temas de género, no solo en el ámbito científico sino en la sociedad en su conjunto?
 
Creo que se ha avanzado muchísimo, pero aún es insuficiente.
 
Pero mirando hacia atrás el cambio ha sido…
 
Inmenso. La sociedad española de cuando yo era una niña y la de hoy no tienen nada que ver, a mí me gusta más la de ahora. Pero no todo ha sido gratuito y también es cierto que tiene contrapartidas, no todo son ganancias. Y queda mucho por hacer.
 
Respecto a la evolución del papel de la mujer en la ciencia, ¿ha habido avances?
 
Sí. En las facultades de medicina, arquitectura, ciencias económicas… las mujeres éramos minoría y ahora somos mayoría. Pero si miras la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas o los porcentajes de profesores de investigación… Ahí falta muchísimo por hacer. El techo de cristal en ciencia se ha movido pero no se ha roto. En el CSIC no ha habido una sola presidenta. En cualquier caso, más que los cargos, lo que me interesa es la ciencia, y el contenido de la ciencia ha cambiado mucho menos que los cargos para la ciencia. Ha habido un gran avance en el alumnado y en las escalas bajas de los productores de la ciencia, algo de cambio en las escalas altas y poco cambio en el contenido de la ciencia. No estamos haciendo una biología, una medicina, un derecho o una sociología que estén a la altura de lo que podría esperarse.
 
¿En el sentido de incorporar esa perspectiva de género en metodologías, enfoques, experimentos, etc.?
 
Exacto. Por ejemplo, en medicina todavía hay una perspectiva muy poco sensible a la situación social de las mujeres. El modelo de investigación es sumamente atomizado, como si el sujeto fuese el mismo con independencia de que sea hombre o mujer. Se estudia la enfermedad, no la persona. Sin embargo, cuando se adopta una perspectiva de género, pierde un poco de peso la perspectiva individualista y atomizada, centrada por ejemplo en el estudio de la célula, y lo ganan las perspectivas holísticas. La célula está integrada en un conjunto que es un hombre o una mujer, y en la sociedad ser hombre o mujer equivale a un tratamiento distinto.
 
Decías que la divulgación ha estado denostada, ¿ha habido alguna evolución?
 
Hemos mejorado mucho, y también empeorado. Creo que la idea del investigador encerrado en su despacho y que no da cuentas a nadie casi ha desaparecido, esto es positivo. Incluso hay campos en los que investigadores pioneros han sabido ser simultáneamente excelentes divulgadores, y eso ha disparado su prestigio científico y también los recursos para hacer más investigación. Lo malo es que se ha dado un peso excesivo al escaparatismo, que consiste en otorgar una promoción a un investigador no por lo que ha hecho sino por dónde ha colocado lo que ha hecho. Se han producido sujetos que son auténticos escaparatistas, a los que no les importa tanto lo que producen como dónde colocarlo. Eso es una barbaridad, y es especialmente perjudicial para las ciencias sociales, donde el conocimiento no es tan fácilmente exportable.
 
¿Cualquier investigador o investigadora debe dedicar un tiempo a la divulgación?
 
Creo que hay que rendir cuentas, sobre todo quienes trabajamos en investigación pública. El problema está en ponderar cuánto esfuerzo hay que dedicarle a la divulgación. Puede haber investigadores magníficos que estén muy centrados en su trabajo y piensen que lo demás es ruido. Yo pienso que debemos ponerlo a disposición de los demás, pero no hay que cambiar el orden. Lo importante es lo que hacemos y sus resultados, no dónde lo ponemos. Diría además que lo mejor son los equipos mixtos de investigadores y expertos en comunicación.
 
¿Qué importancia tiene para los ciudadanos tener una mayor cultura científica?
 
El saber siempre es bueno, nos hace mejores. Pero no soy una radical. Alemania, el país que más premios Nobel y más ciencia tenía a mediados del siglo XX, cometió errores espantosos y no le valió de mucho tener la máxima cultura científica y no científica. Pero aun aceptando que la cultura científica no sea la solución a todo, sería peor no tenerla. En este caso hablo a favor de las ciencias sociales, porque la cultura únicamente tecnológica también puede ser muy embrutecedora si no va acompañada de una dosis de humanidades y de humanismo. También es verdad que nuestra educación tiene un déficit de aplicación y un exceso de teoricismo. Yo estudié física casi sin experimentos y creo que hay que llevar los conocimientos a la vida cotidiana. Mi educación escolar fue buena, muy ensayística, de recibir y de pensar, pero deficitaria en discutir y exponer, y eso hay que fomentarlo desde pequeños.
 
¿Es difícil compaginar la carrera investigadora con la vida personal y familiar?
 
Muy difícil. Yo he tenido cuatro hijos, pero he recibido mucho apoyo familiar. En una pareja, o ambos apoyan la vocación investigadora del otro o la pareja se rompe, porque es una tensión permanente. En el trabajo intelectual las fronteras entre la vida familiar y la profesional están muy diluidas; las ideas te las llevas puestas y la mayoría de los investigadores que conozco tienen que dedicar parte de sus festivos y vacaciones a terminar tesis y artículos pendientes.